En Honor a una Madre Espiritual, para la Gloria de Jesús

el 15 de abril de 2019 escribía estas palabras en mi blog personal en honor a una madre espiritual. Ella era muy conocida como "doña" Shirley Johnson, cuya vida fue para la gloria de Jesús. El 10 de abril, 10 días después de que cumpliera sus 80 años aquí en la tierra gozó de la eternidad en su gran encuentro esperado con el Padre.   Todavía recuerdo la primera carta que recibí del Seminario Bíblico Guatemalteco. La carta fue escrita a mano con una letra muy elegante y firmada por ella. Estas fueron sus palabras más sobresalientes: Dios es el que llama y cuando Él llama a servir es para siempre.  Ella vivió por  80 años y yo la conocí por 16 años. Fui testiga del gran amor de Dios que ella prodigaba en todo aquel que le conocía.  Es así como presento en forma de narrativa las lecciones más importantes que pude aprender de una mujer como la de Tito 2:3-5

Nada duele más en la vida que perder a alguien valioso: esa persona querida que causa el dolor más íntimo porque es un miembro de nosotros mismos y no hay forma de reponerse de inmediato.

“Cuando ellos sufrían, él también sufrió, y él personalmente los rescató. En su amor y su misericordia los redimió; los levantó y los tomó en brazos a lo largo de los años (Isaías 63:9 NTV).

Cuando leí este texto, olas de paz inundaron mi corazón porque me recordaron que Dios no es frío ni distante, Él entiende mi dolor. Inmediatamente esa verdad me llevó a aquella escena donde alguien tan importante como Jesús  “se estremeció en espíritu y se conmovió al ver llorar a María por la muerte de su hermano Lázaro” (cf. Juan 11:33) Al igual que María, así lloro hoy por una mujer que llegó a su meta. Ella es la mujer que como a Lázaro, Jesús conocía y amaba. – Señor, la que amas ya está contigo. Así me escucho decir en el pensamiento después de varias horas de su muerte.

Ella no era una persona común. Ella era la mujer que preparaba con delicadeza una taza de café. En su casa se comía rico. Tenía una voz dulce al teléfono y así daba el empujoncito necesario para  los que buscaban servir a Dios. Ella hacía chistes inteligentes y hacía la broma que no se esperaba. Siempre supo cómo hacer de su casa, la propia para el extraño. No tuvo amigos para sacar un beneficio. Trató a todos por igual. Su ministerio eran las cartas, los estímulos en tarjetitas y ayudó con su ojo observador a ponerle atención a lo que nadie más veía. Exigente como sola ella, siempre buscaba la excelencia aún cuando fuese limpiar solamente una mesa. No vi un interés por el dinero, por alcanzar más títulos universitarios, por tener una mejor casa, por ganar fama o por cambiar un ministerio por otro mejor remunerado porque su secreto era estar plenamente convencida de que la voluntad de Dios no se mide por lo pequeño o grande del lugar o por el color de la piel de las personas, porque siempre se trata de estar en el lugar correcto, con las personas correctas y haciendo lo que fuimos diseñados a hacer.

Nuestra piel no era tan blanca como la suya.  Nuestros ojos de color café muy distintos a los suyos y aún así nuestra forma de vida no fue un estorbo para aceptarnos. Nunca escuché una expresión refiriéndose a su país como lo mejor de todo el mundo porque no se aferró a su origen sino a su llamado.

Ofreció palabras amables pero no lisonjeras. Es de las pocas mujeres que nunca tuvo miedo a decir la verdad. Es sencillo de entender. Ella no vivía de la aprobación de las personas y no tenía como meta ser popular entre ellos. Hasta donde yo sé no se quejó por comer frijoles o compartir su mesa con alguien más. Usó güipil y corte guatemalteco. Fielmente asistió a las reuniones de mujeres donde el grupo apropiadamente se le conoce como “luces” porque su luz siempre brilló y seguirá brillando. “Los sabios resplandecerán tan brillantes como el cielo y quienes conducen a muchos a la justicia brillarán como estrellas para siempre”. Daniel 12:3 NTV

Tampoco esperó el aplauso ni la recompensa humana porque siempre supo que sus obras eran el resultado del favor de Jesús en su vida. Ella sí supo que el foco de su servicio era ofrecer algo digno ante los ojos de Dios. ¿Acaso hay algo mejor que edificar con oro como ella lo hizo? Estoy segura que las primeras palabras que escuchó de su Señor fueron el único pensamiento y aprobación que ella deseaba escuchar: "ven, buena sierva y fiel". 

Aún en sus días más difíciles de enfermedad, nunca negó su condición. Se hizo vulnerable y pidió ayuda y oración. Lloró. No vivía de las apariencias. No tuvo miedo a mostrarse humana. Reflejó sus temores y siempre corrió a los brazos de su Señor genuina y voluntariamente. Se refugió en humildad en la obra de Jesús. Pues, muy a pesar de su historial médico no dejó de buscar la manera de seguir sirviendo. Nunca olvidó “dar gracias a Dios en todo”. Esto es lo que entendí. Ella pudo vivir con la idea de que no había nada que podía hacer para pagarle a su Señor y empezó a hacer lo único que debía hacer…  Derramar su vida sobre el altar y hacer todo lo posible “para asir aquello para lo cual fue también asida por Cristo Jesús (Filipenses 3:12) y esto se entiende como “cumplir con su llamado”.

Ella entendió el evangelio como debemos entenderlo todos. No solo sabía de la obra de Cristo en la cruz. Realmente lo creía y lo vivió hasta el último día de su vida. Cuando ella resucite aquel día y la vea sin dolor, sin el ojo miope, sin vejez, viviendo en su mansión con un gran rótulo brillante “bienvenidos a la casa de los abuelos”: así  como rotuló la puerta de su casa aquí en la tierra; puedo imaginar su rostro de gozo al cantar sus himnos y dándome la bienvenida cuando me toque partir.  Ese día. Ese día, si tengo la oportunidad le voy a agradecer por 5 cosas específicas:

1. Por enseñarme que el amor significa “servir”

2. Por modelar un buen matrimonio y una vida llena de convicciones

3. Por animarme a escribir para animar a otros en su carrera

4. Por devolverme frescura en el ministerio cuando contrario a sentirme como pez en el agua en este mundo ensimismado ella no buscaba una lápida, un epitafio ni ningún honor como su meta; porque siempre se ha tratado de Jesús y llevarle a Él la gloria.

5. Finalmente, le voy a decir “gracias” por enseñarme que el verdadero ministerio se hace en y con la familia. Como algunos han dicho, el medidor de nuestra espiritualidad está en nuestras relaciones más cercanas: esposo, hijos, nietos, bisnietos…

Escuché con atención a Lisa y a Laurie, llorar a su mamá en el funeral, y mientras hablaban yo veía el legado de ella en sus expresiones. También pude ver la admiración que le prodigaban sus yernos (Hno. Tico y Daniel) en sus predicaciones. Y no pude dejar de llorar mientras escuchaba a Laurie, Melissa y David hablar con tanta ternura de su abuela. Y aunque no pude escuchar a Josué y a Sarita expresando su duelo. La última vez que los ví: más altos, más guapos, con más porte y con grandes logros alcanzados; no dejaron de saludarme como solo un corazón humilde lo puede hacer. Eso habla de un ministerio con mucho fruto.

Así que para que todos tengamos un pedacito de la intimidad de esta gran mujer, les dejo aquí a todos mis buenos amigos que compartimos la dicha de haberla conocido, una carta dirigida a ella en su aniversario de bodas número 50 que tuve el privilegio de dirigir. 

“Realmente no sé cómo comenzar estas palabras. No quiero ser demasiado sentimental ni dejar afuera cosas que debo decir. Jamás se me olvida la primera vez que la ví bajando las gradas del edificio administrativo del Seminario en aquel septiembre de 1959. Mi corazón pegó un brinco. Luché para salir con usted pero no era posible por la competencia. Pero, siendo que soy un poco necio, con la ayuda de Dios pudimos establecer una relación en diciembre de 1962. Doy gracias a Dios por usted, por su ayuda fiel en el ministerio, por su amor y compañerismo en los tiempos alegres y también en los tiempos difíciles. Gracias por ser una mujer dispuesta a vivir con tantas necesidades por muchos años y hacer de nuestro hogar un lugar atractivo y abierto a muchas personas. ¡Gracias por SER UNA MADRE POR EXCELENCIA! Si pudiera regresar a esa noche del 26 de julio de 1963, lo haría con gusto otra vez. Sé que no habrá matrimonio en el cielo pero pido a Dios una mansión pegada a la suya”. 

Con amor, 

Wilfredo

 

Este es mi duelo. ¡Este es mi gozo! y esta mi petición al Todopoderoso: “Produce más mujeres así como ella Señor. Transfórmame en una mujer así:  reverente en mi porte, no calumniadora, no desequilibrada, sino maestra del bien. Que ame a mi familia, prudente, casta, cuidadosa de mi casa, una mujer buena y en sujeción para que tu nombre y tu Palabra nunca sea blasfemada. (Un eco de Tito 2:3-5)

 

Hasta pronto doña Shirley Johnson

 

Con respeto y admiración,

Una de sus hijas espirituales...