Las Estrellas Luminarias o Pronosticadoras
Desde la antigüedad el ser humano ha sentido una insaciable curiosidad por conocer los eventos del futuro. El Señor Jesucristo advirtió en contra de eso en el Sermón del Monte: “…No os preocupéis por el día de mañana; porque el día de mañana se cuidará de sí mismo. Bástele a cada día sus propios problemas” (Mateo 6:34). En la ley de Moisés se prohibía rotundamente toda clase de adivinación: “Cuando entres en la tierra que el Señor tu Dios te da… No sea hallado en ti nadie… que practique adivinación, ni hechicería o sea agorero, o hechicero, o encantador, o médium, o espiritista, ni quien consulte a los muertos. Si se encuentra en medio de ti… un hombre o una mujer… adorando al sol, a la luna o a cualquiera de las huestes celestiales, los cuales yo no he mandado, los apedrearás hasta que mueran” (Deuteronomio 18:9-11;17:2-5).
Los cuerpos celestiales son una parte de la multifacética belleza de la creación de nuestro Dios. “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”. “E hizo Dios las dos grandes lumbreras… hizo también las estrellas. Y Dios las puso en la expansión de los cielos para alumbrar sobre la tierra” (Génesis 1:1,16,17). Además de alumbrarnos de día y de noche, son una manifestación de la grandeza de Él. “Los cielos proclaman la gloria de Dios, y la expansión anuncia la obra de sus manos” (Salmos 19:1)
La astrología con sus horóscopos nos intenta decir que nuestro destino es controlado por las estrellas y los planetas. “…los que contemplan los cielos, los que profetizan por medio de estrellas. He aquí ellos se han vuelto como rastrojo, el fuego los quema” (Isaías 47:13-14).
La Biblia nos muestra que nuestro destino está en las manos de Dios. “En tu mano están mis años” “que en su mano está la vida de todo ser viviente, y el alimento de toda carne de hombre” (Salmos 31:15).
El resultado de las consultas astrológicas será debilitamiento de nuestra fe en Dios. La astrología y los horóscopos no son una alternativa para el cristiano, por la prohibición bíblica que hemos visto.
¡Pongámonos en la mano de Dios, y confiemos en su buena voluntad para con nosotros! “Pon tu delicia en el Señor, y Él te dará las peticiones de tu corazón” (Salmo 37:4).